Diarios colaborativos (un viaje por las Américas)

Traducción y edición del artículo de The Sharing Bros. En este enlace puedes leer el artículo original en inglésHoy voy a contarles la gran aventura de mi vida; o de 3 vidas en realidad. Iván, Mat y yo somos viejos amigos desde el instituto. Tras años separados por la agitada vida universitaria, tenemos que agradecer a la economía colaborativa que nos volviera a reunir. En septiembre de 2013 y sin saberlo, los tres comenzamos a experimentar la “fiebre colaborativa” en tres continentes diferentes. Iván y yo estábamos con Couchsurfing en Chile y Uganda, respectivamente, mientras que Mathieu había alquilado un alojamiento en Ámsterdam con Airbnb. ¡Y nos gustó! De hecho, nos gustó tanto que empezamos a sumergirnos más y más en esta nueva forma de hacer las cosas y conectarnos con otros.

Acabábamos de descubrir la economía colaborativa. Y, al parecer no éramos los únicos. Estaba en todas las noticias: «Airbnb, valorada en 10 mil millones de dólares [poco más de 9 mil millones de euros]» o «BlaBlaCar recauda 100 millones de dólares [90 millones de euros]». A nuestros ojos, sin embargo, la economía colaborativa era algo más que números —se trataba de que aquel chileno, aquel ugandés y aquel holandés que nos recibieron en sus casas estaban haciendo las cosas de un modo diferente. Teníamos todo un mundo por descubrir, por lo que en marzo de 2014 hicimos la apuesta de cruzar el continente americano, desde Canadá hasta Brasil, usando sólo la economía colaborativa. Nuestra misión: ir al encuentro de las muchas personas que están detrás de este movimiento. ¿Qué te parece? (#SilencioProfundo). Así nacieron The Sharing Bros.

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¡Allá vamos! Encuentras un diseñador, lanzas la página de Facebook, reanimas a tu abuela después de contarle que estás a punto de cruzar 16 países sólo con la ayuda de extraños, asistes a conferencias, buscas patrocinadores, le explicas a tus amigos que no vas de vacaciones con ellos, consigues unos ahorros cuidando niños... Y, cuando por fin piensas que ya has superado todas las dificultades (¡!), te das cuenta de que te quedaste corto en 4.000 euros para comprar las 2 cámaras que necesitas. Fue entonces cuando decidimos recurrir la plataforma de crowdfunding Ulule. La elegimos por dos motivos principales: 1) nos permitía pregonar nuestro viaje a los cuatro vientos; y 2) no había otro modo creíble de obtener esa cantidad de dinero sólo un mes antes de partir. De algún modo, intuíamos que lanzar una campaña de recaudación de fondos en Facebook no iba a ser fácil, pero nunca esperamos que tuviera tanto éxito. No sólo recaudamos el doble de lo que esperábamos (¡para alegría de nuestros corazones!), sino que comenzamos a construir una comunidad. El sitio web de Ulule se convirtió en el escaparate de nuestro proyecto y los colaboradores se hicieron “embajadores” —es más, esos 144 colaboradores nos dieron la "credibilidad" que necesitábamos para buscar alianzas con empresas como Airbnb. Ahora nos damos cuenta de que ha sido esa comunidad la que ha hecho posible este proyecto. Que conste que el día que nos robaron nuestra cámara en Costa Rica, nos sentimos perdidos en el corazón de Centroamérica, sin ningún amigo a la vista. Aún así, gracias a nuestros seguidores fuimos capaces de recaudar 1.300 euros en 24 horas a través de una campaña de crowdfunding exprés.

"¡Una buena comunidad es algo adorable, hombre!" - Adam Smith (1757)

Por fin, llegó el 17 de julio. Y allí estábamos nosotros, con nuestras cámaras y mochilas, listos para embarcarnos en una aventura que parecía más una broma que otra cosa: 3 “franceses” cruzando durante 7 meses una masa de tierra 22 veces el tamaño de Francia sólo con la ayuda de otras personas. Estábamos en el séptimo cielo... aunque no por mucho tiempo. "Vancouver, última parada. ¡Todo el mundo fuera!"

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Vivir utilizando sólo la economía colaborativa es un poco como un partido de fútbol. Desde tu sofá, todo parece sencillo y te sientes feliz de gritar tus ideas estratégicas al número 10. Sin embargo, cuando es uno el que sale a la cancha, se da cuenta que no es ni intuitivo ni relajante. Nuestra primera semana de viaje acabó siendo toda una aventura. El primer par de noches nos quedamos con May, en la habitación #9 de su casa, convertida en un hotel gracias a Airbnb. Los 3 días siguientes dormimos poco, ya que los pasamos en el suelo de nuestros anfitriones de Couchsurfing, siendo despertados en medio de la noche por compañeros de habitación que pisaban nuestras cabezas. Lo mejor era el viaje de 3 horas diarias en autobús a nuestro espacio de coworking, que nos venía bien para reflexionar. Súmale a eso un toque de ineptitud técnica, y una pizca de presión por los tiempos... et voilà! Pero "¡esto no se acaba hasta que se acaba!", "Mantén la calma y piensa en Francia". Una semana, 47 llamadas telefónicas y 113 mensajes de Facebook después, conseguimos llegar a San Francisco, segunda parada de nuestro viaje. Deberías habernos visto cuando irrumpimos en la ciudad después de 1.000 kilómetros en la carretera 101. Allí estábamos, en San Francisco —la meca de la economía colaborativa. ¡Todo iba a salir bien! Bueno, más o menos...

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Era un día hermoso —las gaviotas cantaban, Mat esperaba de pie con las mejillas sonrosadas de satisfacción, Iván tarareaba gozoso. Lo único que faltaba era un techo para pasar la noche. Comenzamos nuestra búsqueda confiados de que en la capital tecnológica del mundo cualquiera de sus 837.000 habitantes estaría más que encantado de recibirnos. Pero una vez más, la realidad nos dio una patada. Tras varias horas y un aluvión de correos electrónicos personalizados, comenzamos a llegar a la conclusión de que Couchsurfing no nos daría refugio. Nos permitió crear una lista bastante exhaustiva de hombres “encantados” de acoger a "una o más mujeres" en el área de la Bahía, pero no fue de mucha ayuda para estos humildes viajeros. Finalmente, acabamos quedándonos en casa de Sieva, un joven emprendedor californiano que conocimos a través de Airbnb. Ese día, nos dimos cuenta de que cuando los intercambios son recíprocos, son más fluidos, algo que pudimos confirmar a lo largo de todo el viaje pese a las barreras geográficas o culturales. ¡Ojo! Que no estamos hablando necesariamente del aspecto monetario, sino de reciprocidad como tal. Se puede trabajar a cambio de alojamiento (Wwoofing), de tu conocimiento sobre una materia (Tradeschool) o incluso acumular puntos canjeables por un techo (Nightswapping). Hay muchas maneras de intercambiar hoy en día, pero parece que la gente responde mejor a los compromisos recíprocos.

Tres semanas más tarde, llegábamos a la frontera de México con Estados Unidos, una pequeña puerta giratoria que sólo esperarías ver en un supermercado, cuando nos topamos con un mensaje de Che —un estadounidense que vive en Tijuana, ex combatiente de MMA, con el pelo teñido y los brazos del tamaño de mi pecho. Nacido y criado en Seattle, entró muy joven en el mundo de la violencia y de las drogas. Tenía sólo 16 años cuando recibió un disparo. Después de una recuperación casi milagrosa, terminó de lanzar un negocio que, años más tarde, vendería por una pequeña fortuna para trasladarse a México, solo. Che nos invitó a una excursión de 3 días por una playa desierta en algún lugar de la península de Baja California para nadar con tiburones ballena por el mero hecho de compartir. De acuerdo con su cuenta de Couchsurfing, tiene no menos de 250 amigos, por no hablar de sus 458 comentarios positivos. Tras 3 días de despreocupada diversión, comprendimos la importancia del couchsurfing en su vida: había sido su boleto de entrada para una vida social que, de otro modo, no podría ni haber soñado. Esto es lo que hace a estas plataformas P2P tan especiales. Todo comienza con un correo electrónico en un sitio web, pero ese mensaje puede entonces conducir a nada, a un buen rato, a una nueva azarosa amistad, o incluso a un romance... En lo que a nosotros respecta, el Che sigue siendo uno de nuestros mejores recuerdos del viaje.

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Pese a la hermosa visión de cómo las plataformas de Internet podían fomentar los vínculos sociales, rápidamente nos dimos cuenta que serían de poca utilidad en Centroamérica. Allí las plataformas virtuales son prácticamente inexistentes. Y, con respecto a las interacciones sociales, por si no te has percatado aún, un tipo en la frontera se encarga de recordarte alegremente que "dónde quiera que vayas, personas como tú acaban colgados en los postes de luz" y "nunca vas a sobrevivir". Adorable. En un primer momento, te sientes un poco como Frodo en las puertas de Mordor; incómodo. Sin embargo, después de un par de días de viaje en la parte trasera de un camión guatemalteco y unas cuantas noches en lugares absurdos como una gasolinera en Costa Rica o un podrido contenedor en algún lugar de Panamá, llegamos a Colombia. Un día, mientras Mat esperaba a un lado de la carretera, con el pulgar levantado y a la búsqueda de un alma caritativa que nos llevara hasta Medellín, un automóvil se detuvo. La ventanilla bajó lentamente. En el interior, un hombre se aferraba con nerviosismo a su volante. Sacando la cabeza del coche con cautela, balbuceó: "Quiero ayudarles, pero tengo miedo. No van a hacerme daño, ¿verdad?". La carcajada de Mat y la cálida sonrisa de Iván ayudaron a tranquilizar a nuestro buen samaritano, también conocido como Ramiro, y poco después emprendimos el camino. Una vez en el auto, Ramiro nos explicó que él nunca se habría detenido si hubiéramos parecido lugareños. Ya nos habían dicho esto antes. La desconfianza entre los lugareños es común en estas regiones desgastadas por una violencia histórica, a menudo relacionada con la droga. Con el miedo viene la desconfianza, que a su vez dificulta los intercambios. Nuestra más inmediata (¡y occidental!) reacción fue volver a Internet. Como dice Jeremías Owyang, el fundador de Crowd Companies: "Las nuevas tecnologías nos permiten a los extraños ser buenos vecinos". Si lo pensamos, la Europa de hace 70 años no prometía nada de toda esta moda colaborativa. Y, sin embargo, aquí estamos hoy, compartiendo conocimientos, coches y apartamentos a lo largo y ancho del continente. ¿Podría servir Internet como un catalizador para la colaboración?

Por otro lado, no nos hizo falta mucho tiempo para comprender que estos países no se han quedado esperando a que aparezca Internet para colaborar. En estas regiones, en las que rara vez se toma uno el lujo de no sacar el máximo provecho a lo que tiene, la innovación y la colaboración son una forma de vida ancestral.Los peruanos también están muy interesados en compartir sus taxis

con otros compañeros, aunque ellos los llaman "colectivos" en lugar de "UberPool". En la ruta que va de Cuernavaca a Ciudad de México, se puede ver hasta 350 personas en fila, esperando que alguien los deje en el centro de la ciudad, a unos 60 km de allí, por 32 pesos. Es algo así como una parada oficial de BlaBlaCar. Si bien la gestión horizontal está de moda en Occidente, la tribu Kuna, guardiana del Tapón del Darién entre Panamá y Colombia, toma todas sus decisiones por consenso. Mientras, Porto Alegre, puerto brasileño de un millón y pico de habitantes, fue la primera ciudad del mundo en poner en práctica una política de presupuestos participativos, allá por el año 1989.

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[embed]https://vimeo.com/album/3087548/video/108965884[/embed] No sólo es una forma fácil de ahorrar dinero, sino que la gente de esos países a menudo termina colaborando para hacer frente a problemas que quedan sin resolver por parte de un apático y/o impotente gobierno. Después de hacer dedo durante 19.000 kilómetros, cruzando 15 países, llegamos de golpe a Porto Alegre, el primer capítulo de nuestra aventura brasileña. Allí, los lugareños nos hablaron de su ex sistema de señalización del transporte público. Lo describían como una especie de etapa oscura, atrapado en algún lugar entre el apocalipsis y el amanecer de la civilización. Al parecer, era un poco como ver "Interestelar" —lo suficientemente complejo como para que olvides tu propio nombre. Tan complejo, de hecho, que se puso en marcha el programa "¿Que Ônibus Passa Aqui?". La idea era sencilla: todos están invitados a escribir los itinerarios de los buses en las etiquetas adhesivas colocadas en las paradas de autobús por toda la ciudad y, así, entre todos, crean el mapa de su sistema de transporte público, lo que hace más fácil para los lugareños encontrar el camino a seguir. No está mal, ¿eh? A estas alturas es posible que te preguntes: "Pero ¿qué pasa con Internet? ¿Será que no tiene un papel que desempeñar en el futuro?". Nosotros creemos que sí, pero llevará tiempo. La colaboración en América Latina todavía no se da espontáneamente a través de la World Wide Web. Los bajos índices de acceso a Internet y de penetración de los smartphones, la aversión a la tecnología digital —muy a menudo asociada al fraude—, la inseguridad... Todavía hay muchas barreras para el desarrollo de la economía colaborativa tal como la conocemos en Occidente. Incluso cuando las personas tienen acceso a Internet, la idea de usarlo para conectarse con otros seres humanos puede parecer absurda. En San José, decidimos pasarnos por la principal universidad de Costa Rica. Nuestro objetivo era valorar esa desconfianza que se da en Internet con los supuestamente más abiertos y conectados en el país. Y ¡adivina qué! De 15 estudiantes, sólo 2 de ellos habían oído hablar de Couchsurfing o Airbnb. Y ninguno de ellos consideraría compartir su automóvil o su apartamento con un extrañoconocido a través de Internet

. A sus ojos, un perfil en una plataforma es un poco "como un parabrisas"... ¡bastante inútil si no se puede ver quién está detrás de él! Dicho esto, la cultura de colaboración ya está profundamente arraigada y las herramientas digitales se están extendiendo rápidamente. Desde México hasta Brasil, podemos ver gente organizando viajes compartidos a través de grupos de Facebook, si no a través de BlaBlaCar o Tripda. En México, Kangouha desarrollado una aplicación para que las personas puedan trabajar como repartidores

gracias a la red local de intercambio de bicicletas. Idea Me, la plataforma de crowdfunding argentina y líder en América Latina, ha facilitado la financiación de más de 850 proyectos en poco más de 3 años. La chilena Cumplo, a la cabeza en préstamos P2P, ya ha canalizado cerca de 47 millones de dólares. Y la lista continúa: la demanda está ahí; se conecta con la oferta gracias a la aparición de numerosos centros de innovación en diferentes partes del continente. Puede que no ocurra mañana, pero prevemos un futuro prometedorpara la economía colaborativa

en estas regiones. Después de todo, si nos las arreglamos para cruzar todo el continente americano, se lo debemos a su gente y a su voluntad de colaborar.