La cadena de bloques, o cómo subvertir el sistema

Ocurre, a veces, que la realidad supera a la ficción, y es que esta historia tiene un origen casi novelesco: un misterioso artículo, escrito con el pseudónimo Satoshi Nakamoto, aparece publicado en 2009 en un solitario foro en Internet. En él se describe un nuevo esquema de dinero digital, que prometía resolver muchos de los problemas que este tipo de propuestas arrastraban desde su aparición en el ámbito académico, allá por finales de la década de los 80. Como era de esperar, este artículo recibió una fría acogida, llena de escepticismo por parte de los expertos, que llevaban muchos años tratando de resolver el problema. Simplemente, no podían creer que un tipo, que nadie sabía quién era, ni parecía trabajar en ninguna universidad, hubiera resuelto el enigma. Y, sin embargo, lo había hecho. Su propuesta, hoy transformada en la conocida moneda virtual Bitcoin, aportaba varios conceptos novedosos y revolucionarios, que efectivamente resolvían viejos inconvenientes del dinero digital, como la necesidad de una entidad central, que funcionara como “juez” de todas las transacciones. Entre esos nuevos conceptos se encuentra la denominada cadena de bloques, o blockchain, que, en el mundo Bitcoin, funciona como una especie de libro de contabilidad que contiene un registro de todas las transacciones que se han llevado a cabo desde la puesta en marcha del sistema. Esta cadena era, por tanto, una tecnología auxiliar en Bitcoin, necesaria para su funcionamiento, pero sin ningún fin en sí misma. Pero, al más puro estilo Disney, el patito feo de la historia se ha convertido poco a poco en el verdadero protagonista, cuando hemos empezado a darnos cuenta de su enorme potencial y numerosísimas aplicaciones, más allá de las tradicionales asignadas a las monedas virtuales.

Ok, pero, en serio, ¿qué es la cadena de bloques?

El concepto de blockchain es, en realidad, muy simple: un registro de “datos”, distribuido entre muchos nodos a nivel mundial, y que una vez que acepta una información, le asigna un sello temporal y evita que pueda ser modificada en el futuro.

Aunque los detalles matemáticos subyacentes son algo complicados, el concepto de blockchain es, en realidad, muy simple: un registro de “datos”, distribuido entre muchos nodos a nivel mundial, y que una vez que acepta una información, le asigna un sello temporal y evita que pueda ser modificada en el futuro. Bitcoin, como hemos comentado, utiliza este registro para almacenar de cierta manera el dinero digital en movimiento, junto con los saldos y transacciones de cada participante. Pero, en realidad, nada obliga a que esto sea así, puesto que podemos almacenar cualquier cosa, como el contrato de nuestra flamante hipoteca. A partir de ese momento, cualquier persona en el mundo, en cualquier momento, podrá verificar, sólo con la ayuda de un ordenador conectado a Internet que, efectivamente, somos los alegres propietarios (o alegres esclavos, según se mire) de una vivienda. Ah, y gratis. ¿Lo adivinan? Efectivamente, acabamos de inventar, casi sin querer, una especie de notaría digital. ¿Imaginan las posibilidades para la certificación de la propiedad intelectual, de todo tipo de documentos legales, como testamentos, contratos de trabajo, certificados de toda clase, etc…? En esencia, podríamos utilizar la seguridad que las matemáticas aportan al sistema para poder certificar la existencia y propiedad, aunque éste es un tema más delicado, de cualquier documento en algún momento del tiempo, sin necesidad de intermediarios, tanto para la certificación, como para la verificación posterior. Y éste, por más que sea uno de los más llamativos, no deja de ser sólo uno de los muchísimos usos posibles de la cadena de bloques: activos u objetos inteligentes, que pueden tomar decisiones en base a la información almacenada en la cadena de bloques, un mercado de valores distribuido, sin autoridad central, servicios de depósito y custodia, que permitiría resolver disputas entre clientes y comerciantes, cuentas de ahorro, sistemas de votación o mejoras en la cadena de distribución de todo tipo de productos. Recordemos que la verdadera novedad de estas ideas radica en que, al igual que Bitcoin, funcionan de forma autónoma, directamente entre usuarios, y no necesitan de ninguna autoridad central. Sería, igualmente, muy difícil regularlos o llegar a prohibirlos, puesto que comparten muchas similitudes técnicas con las redes P2P.

Activos y contratos digitales

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Image via Ethereum[/caption] En este contexto, un activo inteligente sería cualquier objeto, normalmente físico, que dispusiera de una conexión a Internet, pudiera consultar la cadena de bloques y tomar decisiones en función de la información allí existente. Por ejemplo, un coche, que tendría la capacidad de permitir o no el acceso a su interior al poseedor de una determinada clave sólo por un tiempo limitado, tal y como se haría en un contrato de alquiler. El coche podría, también, ser comprado a través de un préstamo, y el coche podría monitorizar la devolución de las mensualidades en la cadena de bloques, bloqueando su uso cuando alguna no sea abonada. Estos escenarios, además, incrementarían la privacidad del usuario, puesto que no sería necesario revelar su identidad para demostrar la propiedad de un objeto. Y ahora, si sustituimos la palabra “coche” por apartamento, o cafetera, o nevera o, en general, con cualquier dispositivo con capacidad de conexión a Internet, tenemos una evidente relación con la denominada Internet de las Cosas. Ésta es, de hecho, probablemente la mayor de las posibles aplicaciones de la cadena de bloques.

Cadena de bloques y economía colaborativa

Surge, por tanto, de forma natural una posible vinculación con la economía colaborativa, en la que los usuarios, y no las empresas, puedan recuperar un papel protagonista.

Recordemos que, a lo largo del artículo, hemos insistido varias veces en que esta tecnología ha sido específicamente diseñada para ser autónoma y no necesitar de una autoridad central. Surge, por tanto, de forma natural una posible vinculación con la economía colaborativa, en la que los usuarios, y no las empresas, puedan recuperar un papel protagonista. Podríamos preguntarnos: si con esta tecnología no necesitamos ninguna plataforma (tipo AirBnB o Uber) para alquilar un coche, ¿significa esto que podríamos prescindir entonces de todos estos intermediarios? Bueno, la respuesta corta es: que sea tecnológicamente posible no implica necesariamente que sea procedimentalmente viable. En otras palabras, en el caso concreto de AirBnB, esta tecnología permitiría, efectivamente, realizar la transacción económica de forma segura, de la que quedaría un registro que no podría modificarse, sin necesitar a ningún banco, pasarela de pago o plataforma. Sin embargo, me temo que, desgraciadamente, ninguna tecnología va a evitar la picaresca entre usuarios y, en ese caso, será siempre necesario una tercera parte que dirima las disputas y otorgue finalmente la razón a una de ellas. Existen, sin embargo, otros escenarios colaborativos donde sí podría aplicarse con claros beneficios. Uno de los que más me gusta imaginar es una especie de Gobierno 2.0. Echémosle imaginación -lo sé, mucha-, y pensemos en gobiernos que deciden utilizar la cadena de bloques para publicar los documentos oficiales, de forma que no puedan ser modificados por nadie y, al mismo tiempo, consultados por todos. O gobiernos que llevan a cabo las adjudicaciones en los concursos públicos a través de esta tecnología, de forma que quedan recogidas todas las ofertas, el momento en el que llegaron y cuál es, por tanto, sin discusión posible, la ganadora. Entonces, ¿cuál de todos estos posibles usos tendrá finalmente un impacto significativo en nuestra sociedad? Bueno, como suele decirse, predecir es muy difícil, y especialmente el futuro. Sin embargo, es mi firme opinión que esta tecnología ha llegado para quedarse y, más pronto que tarde, veremos cómo los usuarios, primero, y luego gobiernos e instituciones financieras, se convencen de sus bondades y empiezan a usarla de forma habitual. Imagen de portada vía Toria / ShutterstockArtículo escrito por Óscar Delgado

Sobre Óscar Delgado: Desde que sus padres le regalaran su primer ordenador con apenas 6 años, Oscar Delgado ha estado rodeado de ellos. Pronto dirigió sus pasos hacia la seguridad informática, con la que lleva relacionado desde hace más de 15 años. Ha trabajado para importantes empresas del sector, como S21sec. Actualmente es Doctor en Telemática por la UC3M e Ingeniero Informático por la UPM, y ha realizado estancias de investigación en organismos con el CSIC y diversas universidades extranjeras. Trabaja también como formador y consultor independiente.