Una de las principales críticas a la economía colaborativa es la de haberse convertido en una fábrica de hacer dinero fácil. Los más perversos le han puesto incluso el ocurrente nombre de ‘capitalismo de plataforma’. Si bien es difícil quitarles la razón cuando se habla de unicornios y de empresas que consiguen inversiones millonarias, esa visión no deja de ser sesgada, solo la punta de un iceberg que todavía merece seguir luciendo la etiqueta de disruptivo. Y es que ¿qué pasaría si esas plataformas compartieran propiedad e incluso beneficios con los usuarios que, de hecho, son los encargados de generar valor dentro de ellas? Es evidente que la economía colaborativa nos proporciona una suerte de segundas oportunidades para empoderarnos como ciudadanos. Sin embargo, lo que hasta ahora se nos ha vendido como una ocasión para recuperar el control sobre la manera en que producimos, consumimos, nos formamos y vivimos está tornando en un nuevo modelo de sometimiento capitalista. En el esquema básico, la plataforma es un mero intermediario gracias a la que el individuo se relaciona con sus iguales de manera horizontal saliendo ambos beneficiados. ¡De repente, ya no dependemos de una gran corporación que solucione nuestras vidas y cubra nuestras necesidades! No está mal, ¿no creen?
El problema es la motivación que subyace tras ese tipo de estructuras. El modelo entre pares, peer-to-peer, genera una cierta ilusión de control. Al fin y al cabo, cuando no se ha tenido nada y se ha sido mero espectador pasivo de la vida propia, cualquier forma de empoderamiento es bien recibida. Mas hay una línea muy fina entre ese ideal en el que la plataforma es una herramienta al servicio del usuario (fácil de usar, útil, efectiva) y la realidad que instrumentaliza a esa persona y pone su contribución al servicio de las ambiciones de un negocio cualquiera.
cuando no se ha tenido nada y se ha sido mero espectador pasivo de la vida propia, cualquier forma de empoderamiento es bien recibida
El modelo colaborativo se convierte entonces en la fachada de una empresa que, muy astutamente, ha sabido aprovechar la tecnología y un nuevo nicho de mercado o, peor si cabe, una extensión del mercado tradicional que ha conseguido introducirse todavía más en nuestra cotidianidad. El capital, fiel a su espíritu, se concentra en nuevas manos, sí, pero poco numerosas, al igual que lo hace la nueva gasolina de la economía digital, los datos. Algo que, por cierto, reproduce las mismas desigualdades sociales que nos han llevado a la actual crisis planetaria. La buena noticia es que la estructura ya está ahí. La plataforma existe al igual que la inquietud de quienes la utilizan. Es solo cuestión de cambiar la fuente de energía, el combustible que pone la maquinaria en movimiento. Y esa es la propuesta del cooperativismo de plataforma. El platform cooperativism, por su nombre en inglés, pretende volver a la raíz del adjetivo colaborativo y, desde ahí, propone crear plataformas a las que pueda atribuirse dicho término en su sentido más literal, en su acepción menos adulterada y más próxima a su sinónimo ‘cooperativo’. Plataformas que son verdaderamente más distribuídas en lo que se refiere a la propiedad, los beneficios y la responsabilidad.
Co-laborativo -operativo
No obstante, la cuestión terminológica es siempre complicada. Intentar renovar el cooperativismo así, de golpe y porrazo, con solo sentarlo cerquita de la súper chic economía colaborativa sería un error. Más que nada por las múltiples susceptibilidades que se podrían despertar en ambos sectores -lo de unirnos para ser más fuertes en vez de librar nuestra propia batalla por separado todavía lo llevamos regular. En España, tenemos una amplia cultura cooperativa con más de 16.500 entidades que emplean en torno a 300.000 personas; incluso toman a nuestros grandes como modelo fuera de nuestras fronteras. Cuestión distinta es qué se nos viene a la cabeza cuando pensamos en este modelo de negocio. Si nos tapamos la nariz y nos olvidamos del olor a rancio, a casa cerrada, de la cooperativa clásica, los valores y principios cooperativos no distan tanto de las ambiciones colaborativas. ¿Por qué, si no, hablar de empoderamiento ciudadano? No en vano, las cooperativas también fueron disruptivas en su momento -un momento histórico que guarda cierto paralelismo con el actual.
los valores y principios cooperativos no distan tanto de las ambiciones colaborativas
Los fundamentos que rigen a las cooperativas clásicas, promovidos por la Alianza Cooperativa Internacional, pasan por la propiedad compartida, la participación democrática e igualitaria en la toma de decisiones (‘un miembro, un voto’) y la participación económica y de los beneficios de los socios. Partiendo de esa base, las cooperativas de plataforma propondrían introducir esa colaboración pura en las plataformas colaborativas, utilizando las nuevas herramientas que existen a nuestro alcance y que nos permiten superar las limitaciones del cooperativismo clásico. Plataformas que sean propiedad de los usuarios que proporcionan los recursos que las hacen funcionar, ya sea en forma de trabajo o de bienes o como consumidores de un producto o servicio; que se gobiernen de una forma más democrática y distribuida, y que incluso lleguen a repartir esos beneficios entre sus co-propietarios productores-consumidores.
En la práctica
Esto que suena a teoría pura y dura es ya una realidad para ciertos proyectos que están experimentando con esta otra forma de colaborar, de trabajar en red, de producir, de consumir. Es más, hay iniciativas dentro del sector de la economía colaborativa que han nacido ya como cooperativas. Es el caso de Fairmondo, una cooperativa alemana con 2.000 socios que pretende convertirse en la alternativa de eBay o la versión ‘propiedad de los conductores’ de Uber, los fotógrafos canadienses de Stocksy, y Goteo, en España, que es la versión cooperativa de las plataformas de crowdfunding.
La piedra filosofal
Ahora bien, que sea deseable no quiere decir que poner en marcha este modelo sea fácil. Si por algo se caracteriza la economía colaborativa es porque nos permite hacer lo que siempre hemos hecho aunque a gran escala gracias a la tecnología. Pero ¿en qué medida podemos hablar de una auténtica revolución para el movimiento cooperativo y no de un híbrido colaborativo-cooperativo exclusivamente aplicable a proyectos muy tecnológicos que operan dentro de la economía digital? Por otro lado están las barreras económicas. Crear una plataforma cuesta dinero, pero es bastante inverosímil que un inversor, un business angel o un capitalista vayan a insuflar 10 o 15 millonesde euros en una empresa que no podrán vender para enriquecerse, es decir, que pertenecerá a la gente. ¿Podría el plan B en ese caso pasar por crear plataformas abiertas (open source) con las mismas funcionalidades pero promovidas y apoyadas (aunque no dirigidas) por los gobiernos para asegurarnos de que, efectivamente, promueven el bien común? Si quieren, lo discutimos en otra ocasión.
Nace o se hace
En medio de esta breve lluvia de ideas, nos quedaría aún pendiente la verdadera savia de esta propuesta: las personas. El éxito de la economía colaborativa prueba que el modelo de producción y consumo imperante está agotado, que la gente quiere, necesita alternativas, mas cuesta calibrar hasta dónde estarían dispuestos a contribuir a ese sistema. El modelo cooperativo tradicional se antoja un muro insalvable ante aquellos que ven en el compromiso un dolor de cabeza. Asistir a asambleas generales, sentirse en la obligación de participar... El modelo colaborativo más cooperativo tendría que definir formas de participación ajustadas a las nuevas necesidades de la población, facilitando la toma de decisiones por diferentes vías (telemáticas, tal vez) o incluso diversos niveles de intervención -donde cada usuario pudiera decidir cómo participar, en mayor o menor medida, en cada proyecto: aquí soy usuario; allá, productor; más allá, solo inversor de capital. Habría que reclamar quizás modelos cooperativos más híbridos y, por tanto, inclusivos.
Queda pendiente, por tanto, mucho de cultura e incluso de educación, y mentiríamos si dijéramos que sabemos a ciencia cierta que la propuesta saldrá adelante. Pero la realidad es que ya hay mucha gente que está experimentando con estas nuevas formas de hacer y de pensar. El debate está servido, así que, si nos lo permiten, seremos optimistas. Parafraseando a Trebor Scholz, uno de los artífices del término plataform cooperativism, durante la primera conferencia sobre este tema celebrada el año pasado en Nueva York: “A Silicon Valley le gusta la disrupción; vamos a dársela.”
A Silicon Valley le gusta la disrupción; vamos a dársela
Este fue uno de los temas tratados durante OuiShare Fest Barcelona 2015, con una sesión liderada por Thomas Doennebrink, cuya presentación incluimos a continuación:Presentación Platform Cooperativism en OuiShare Fest BCN
Artículo escrito en colaboración con Thomas Dönnebrink, OuiShare Connector Germany, Freelancer on collaborative economy / society & transition